
Escuché cerrarse las puertas del ascensor al otro lado del pasillo y supe que se trataba de la doctora Carmen Arístegui. Aquellas horas de la tarde podían no ser las más apropiadas para quedar, pero la famosa genetista tenía una agenda muy apretada. De hecho, fue ella misma quien acordó conmigo los términos de nuestra entrevista y no un ayudante lo que me hizo sentirla más cercana. Guardé la novela Mutagénesis Convergente donde había tenido el honor de conocerla y esperé a que entrara en el estudio de Proyecto Intermundo.
Unos nudillos golpearon la puerta abierta.
—Hola, ¿es aquí el estudio del Proyecto Intermundo? Soy Carmen Arístegui.
—Sí. Aquí es, doctora Arístegui. Soy Alba. Hablamos por teléfono la semana pasada.
Un apretón de manos y una sonrisa fueron toda su respuesta.
Tras leer Mutagénesis Convergente me había hecho una idea de cómo sería Carmen: una mujer de mediana edad, apocada, convencida de que no sabía sacar partido a su aspecto, no muy segura de sí misma y con la constante preocupación de qué pensaría su madre. Sin embargo, estaba ante una mujer cuya mirada transmitía una profunda inteligencia, y con una apariencia mejor que el aspecto con el que ella misma se juzgaba.
Eso de poder tener acceso a los pensamientos de los entrevistados a través de los libros era una ventaja que ellos desconocían, aunque solía negarme a abusar del poder que me regalaban sus escritores. Cogí el papel para tomar las notas de la entrevista y la invité a sentarse en el sofá de los invitados.
―¿Empezamos, doctora Arístegui?
—Carmen, por favor, llámame Carmen y tutéame. Alba, ¿no vas a grabar la entrevista? ―preguntó con curiosidad mientras tomaba asiento.
—Sí, pero prefiero tomar notas mientras la hacemos. Me permite estar más enfocada. Al terminar, me gustaría pedirle… pedirte una foto con la novela en la que te conocí. He invitado a Juan Antonio Jiménez, su autor, a pasarse al final del día.
—Sin problema, claro.
―Muchas gracias. ¿Quieres tomar algo?
―Un verdejo fresquito suena perfecto.
Serví dos copas, una para cada una, y me acomodé en mi silla de escritorio.
—¿Preparada? ―Ella asintió y yo formulé la primera pregunta―: ¿Cuál crees que ha sido el momento más determinante en tu vida?
Meditó la respuesta, como si hubiera decenas de puntos de inflexión en los últimos años.
—Yo creo que establecer las leyes de la mutagénesis. Eso me dio fama mundial y, al final, me permitió tener mi propio laboratorio y poder elegir en qué proyectos quería embarcarme. —Y como si hubiese olvidado algo importante añadió—: Bueno, no todo es trabajo. También me permitió conocer a mi marido y a unos buenos amigos.
—Si pudieras, ¿cambiarías alguna decisión del pasado?
—Me dolió mucho la traición del doctor Achang, pero creo que no la cambiaría. No hay mal que por bien no venga. Sin esa traición, no habría espabilado y seguiría siendo la ingenua Carmen del pasado y no la mujer decidida y valiente que soy ahora. De todas las experiencias, sobre todo de las negativas, se extrae un aprendizaje. Así que no, no me arrepiento de nada.
—Fue una lección muy valiosa para ti y para toda la humanidad que supo sacar partido a tus descubrimientos. ¿Con quién has tenido más afinidad en tu historia?
—Aquí me lo pones difícil, pues debo elegir entre Eli y Svetlana. Eli es mi pareja y, desde luego, tenemos mucha complicidad. Pero creo que conocer a Svetlana representó para mí un revulsivo sin precedentes. Era todo lo que yo no soy: una mujer de éxito, muy poderosa, segura de sí misma, y a la vez, sin ser científica, comprendía la idiosincrasia del mundo científico debido a su desempeño como directiva de industrias VRD. En el fondo es quien mueve los hilos de todo.
—Yo creo que sí que eres una mujer de éxito y que desprendes mucha seguridad.
—Eso se me habrá pegado de ella. Precisamente ceno con Svetlana esta noche.
—Una buena amistad entre dos mujeres brillantes. ¿Y con quién has tenido menos afinidad?
En un instante, cambió la expresión risueña de Carmen y apretó sus finos labios en una mueca de arrepentimiento, ¿o tal vez era miedo?
—Alba, prefiero no responder a esta pregunta. —Estirándose alcanzó la copa de vino de la mesita, y le dio un generoso sorbo.
Aunque sabía en quién estaba pensando, quedó claro que no debía insistir. Así que cambiando de tema pregunté:
—¿Tienes algún modelo a seguir fuera de tu mundo?
—Claro. Como referencia tengo muchas científicas que me precedieron, pero por nombrar solo a tres diré primero a Marie Curie, que no necesita presentación. En segundo lugar, a Rosalind Franklin, con su famosa radiografía 51, que desentrañó la estructura helicoidal del ADN, aunque quiero recordar que ese Premio Nobel se lo dieron a tres hombres, ya sabes lo injusto que es este mundo para las mujeres. Y en tercer lugar…
Se quedó pensativa un instante antes de añadir con aplomo:
—En tercer lugar a la española Margarita Salas, cuyo descubrimiento de la ADN-polimerasa ha abierto un mundo nuevo en la investigación, resultando, además, ser la patente que más dinero ha reportado al CSIC. De hecho, esa patente ha pagado gran parte de la investigación pública en este país. Por otro lado, una científica actual que me está gustando mucho y que hay que seguirle la pista es la astrobióloga española Ester Lázaro, que es una de las mayores expertas en búsqueda de vida fuera de la Tierra. Seguro que muchas científicas del mañana la tendrán como referente.
―Me parece una elección magnífica y una reivindicación tan cierta como necesaria. Puede que tú acabes siendo la respuesta escogida por alguna científica del futuro a la que entreviste. ―Reímos juntas―. ¿Cómo te describirías en tres palabras?
—Curiosa, trabajadora y tenaz —respondió rápido, dejando claro que se conocía bien a sí misma.
—¿Qué lección crees que el lector puede aprender de tu historia?
—Creo que hay dos lecturas principales. Una es que una persona normal, como yo, apasionada por su trabajo, que persevera y nunca se rinde, mirando siempre hacia adelante, estará siempre más cerca de alcanzar sus objetivos que alguien que, aunque haya nacido con ciertos dones los malgasta sin esforzarse en alcanzar sus metas. La otra lección que he aprendido en esta historia es que no todo es lo que parece.
—Y ya, por último, cuéntanos, si tuvieses que elegir un animal, ¿qué animal serías?
—Podría decir que me encanta el andar de una pantera, que transmite calma y a la vez pura energía contenida, pero no sería verdad. Suena muy poético y me gusta mucho, pero no querría ser otro animal que el que ya soy: una mujer de mi especie, el Homo Sapiens. Un ser inteligente que se está preparando para lo que está por venir y no se va a rendir sin presentar batalla.
—Muy buena explicación. Por tu respuesta, parece que sospechas que algo gordo ocurrirá tras Mutagénesis Convergente, aunque me figuro que no podrás desvelarnos nada y no voy a insistir. —Una sonrisa enigmática se dibujo en su cara—. En cualquier caso, muchísimas gracias por haberte prestado a participar en Proyecto Intermundo. Es una maravilla poder contar con personajes tan interesantes.
—Ha sido un verdadero placer, Alba. ¿Pasamos a las fotos?
Juan Antonio Jiménez, no tardó en aparecer y nos trajo una edición especial de su novela Mutagénesis Convergente que salió estupenda en las fotos. Luego, de alguna manera que aún no sé averiguar, acabamos colándonos en la quedada que tenían Carmen y Svetlana. Acabó siendo una noche memorable.
Esta entrevista ha sido realizada gracias a las respuestas de Juan Antonio Jiménez (puedes conocerlo mejor aquí).
Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.
Nos leeremos en otra ocasión, … o en otro mundo.