Puerta de base militar de noche, iluminada con luces anaranjadas, propias de la navidad pero con un ambiente oscuro, con neblina y frío. Hay un dragón sobrevolando el cielo, sobre la puerta.

El fuego interior

El salón de descanso de los EMC aún estaba en calma cuando el teniente Andy Ramírez entró aquella tarde, cansado después de una ronda de entrenamiento en el área de simulación. Mary había estado contando algo sobre una caja «mágica» que había encontrado en uno de los pasillos y, aunque sus palabras iban cargadas de emoción navideña, Andy no había prestado demasiada atención. Para él, la Navidad era solo una distracción, un recordatorio de todo lo que estaba fuera de control.

Sin embargo, cuando entró y vio la caja dorada sobre la mesa, su instinto le dijo que había algo extraño en ella. Sus compañeros la miraban de reojo con una mezcla de interés y cautela, como si cada uno intuyera que aquella pequeña caja guardaba algo más que una simple historia de Navidad. Andy se acercó, observándola de cerca.

―¿Qué se supone que hace esta cosa? ―preguntó con el ceño fruncido.

―Tienes que abrirla, eso es todo ―respondió Mary con una sonrisa y un destello travieso en la mirada.

Andy suspiró y, sin pensarlo mucho más, desató la cinta roja y levantó la tapa. Al instante, sintió un calor intenso en sus manos, una oleada de energía que le sacudió en un violento escalofrío. Cerró los ojos de forma instintiva. Se sintió invadido por lo que fuera que contenía aquella caja y, a pesar de lo mucho que le desagradaba perder el control, se mantuvo impasible esperando su oportunidad para atacar de vuelta.

La imagen de un salón de Navidad lleno de luces y de risas se formó con una nitidez desconcertante en su mente. Se sintió viviendo dentro de aquel recuerdo robado. El sonido envolvente de las risas de las personas que ocupaban aquella visión le transportó a otro lugar, a otra época. Vio que entre ellas compartían miradas amables y gestos de camaradería. El olor a chocolate penetró hasta los rincones más profundos de su mente, desbloqueando los recuerdos de cuando no era más que un niño y podía compartir aquel momento mágico del año con su madre y sus hermanas.

Intentó aferrarse a aquel sentimiento que, contra todo pronóstico, había logrado ablandar su pétreo corazón. Sin embargo, cuanto más intentaba centrarse en ese olor, en ese recuerdo, más se distorsionaba lo que veía. Era como estar atrapado en un sueño, desprovisto de toda lógica y voluntad.

La neblina que cubría la imagen se intensificó hasta que, de pronto, todo estalló en llamas. La gente que antes reía, ahora parecía atrapada por un fuego invisible que ardía sin control, consumiéndolo todo.

―¡No! ―gritó, sintiendo un impulso de rabia y frustración.

Trató de alejarse de la caja y obligar a su mente a abandonar semejante visión. No pudo salir de allí. La imagen avivó su ira. Para él, aquella visión era demasiado familiar. Sabía lo que significaba perder el control, lo que era querer apagar un incendio interno que parecía imposible de contener. Su vida en la base había sido siempre una lucha constante contra esa ira que lo consumía, un fuego que estallaba en los momentos más inesperados, que lo empujaba a querer cambiar todo a la fuerza.

La caja parecía resonar con su enojo, amplificando la rabia que llevaba dentro. Sentía su pulso acelerarse, y de repente, en la visión apareció otra escena: un equipo trabajando en armonía, ayudándose mutuamente a controlar el caos. Esta vez, él estaba allí, junto a sus compañeros, y juntos parecían contener el incendio, compartiendo la carga y apagando las llamas poco a poco.

Andy abrió los ojos, respirando hondo. La caja ya no ardía, ahora parecía emitir una leve luz cálida, como si quisiera recordarle lo que acababa de ver.

Se quedó mirándola, tratando de entender el significado de aquella visión. ¿Podía ser una advertencia? ¿O tal vez un recordatorio de que no tenía que enfrentar su furia solo? Al mirar a sus compañeros, sintió un impulso inesperado de hablar.

―Esa caja… ―comenzó, pero las palabras no salían. Le resultaba extraño intentar explicar la sensación que había tenido.

―¿Qué has visto? ―preguntó Sean con una mirada entre curiosa y preocupada.

Andy aún mantuvo el silencio a la espera de que su respiración recuperara el ritmo normal. Las imágenes que se sucedían en la visión de la caja le provocaron un nuevo escalofrío. El fuego lo devoraba todo y él era incapaz de frenarlo, sin importar cuánto lo intentara.

―Yo no… ―tragó saliva recuperando la compostura antes de añadir―: yo no tengo que pelear solo contra el fuego. A veces lo que necesitamos es… ―se apartó del grupo visiblemente incómodo y escupió las palabras finales como si le costara pronunciarlas―: ayuda de los demás.

Andy levantó la cabeza, desafiante, a la espera de que sus compañeros se rieran de su inusitada debilidad. Se encontró con la mirada comprensiva de Mary que lo observaba tranquila, con una sonrisa amistosa en la cara. Daba la sensación de que la teniente sabía con exactitud de qué hablaba.

―Es una caja enigmática ―susurró Mary cargando de misterio el ambiente―. Desconozco su origen, pero parece mostrarnos justo lo que necesitamos ver.

Andy asintió con brusquedad. Aun no estaba del todo seguro de qué significaba todo aquello. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sintió que la furia que ardía en su interior había disminuido, como si al compartir aquella visión, la carga se hubiese aligerado.

Esa noche, mientras caminaba por los pasillos de la base, volvió a pensar en la caja dorada. Quizás Mary tenía razón y aquella caja tenía un propósito, una especie de misión secreta de Navidad. Tal vez, de algún modo, podía ayudarles a todos a enfrentar esos demonios invisibles que llevaban dentro.

El teniente Andy Ramírez se sintió agradecido, como si aquella pequeña caja dorada fuera el regalo que no había sabido que necesitaba. Miró a ambos lados del pasillo antes de introducirse en su dormitorio. No importaba lo que pudiera significar la caja, lo crucial era que nadie en la base militar de Hábastrin le viera flaquear de aquella manera. Se encogió de hombros y cerró la puerta de su habitación tras él. Cada día se hacía más complicado mantener la fachada de hombre duro e impasible.

Él no lo sabía todavía, pero la caja tenía la solución para eso.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *