La Caja dorada y la esperanza por Navidad
Capítulo 5/5
Por si te los perdiste, te dejo aquí el capítulo 1: El enigma de la Caja dorada, el capítulo 2: El fuego interior, el capítulo 3: Susurros en la niebla, y el capítulo 4: Ecos del pasado.
La base estaba en calma aquella noche, y la caja dorada descansaba en el centro de la mesa del comedor, irradiando una luz suave que iluminaba las miradas pensativas del pelotón de operaciones especiales EMC; los tenientes Mary, Andy, Dan y Sean esperaban ansiosos a que la caja les revelara su enigmático propósito.
Ninguno se atrevía a hablar. Tras su personal encuentro con la magia de la caja, cada uno de ellos había vivido una experiencia única. Sus miedos y esperanzas se habían encontrado y aliado generando una nueva sensación que calentaba sus corazones y los disponía de un modo distinto a celebrar la Navidad. Los cuatro se sentían como si la misteriosa caja albergara las respuestas que habían pasado años buscando.
Sean se pasó la mano temblorosa por el cabello, repeinando hacia atrás los pelos rebeldes que desde su encuentro con la caja se habían negado a doblegarse. Miró a sus compañeros y, con un hilo de voz, murmuró:
―Creo que esta caja va mucho más allá de lo que pensábamos.
―¿Más que una caja mágica? ―replicó Andy con su sequedad habitual. Resopló y con una mezcla de escepticismo y curiosidad añadió―: ¿Qué es lo que pensabas que sería, Sean?
―Una caja con códigos que nos ayudaran a descifrar las comunicaciones del enemigo, a derrotarlo de una vez por todas. Ha sido decepcionante en ese aspecto. No podremos ayudar a Hábastrin con esta cosa.
Mary observó la caja y luego detuvo su mirada en Sean cuando terminó de hablar, sonriéndole con ternura. Ella había sentido en su interior una fuerza cálida, como si alguien, en algún lugar, necesitara su ayuda para recordar lo bueno en medio de las dificultades. Ese alguien era Sean. El teniente no se caracterizaba por su optimismo y, aunque lograba mantener unido al grupo en la necesidad, su actitud le había pasado factura a sí mismo. Mary lo había visto cuando creía que nadie lo mirada. Sean lloraba con amargura en muchos momentos, su pasado no había sido fácil y sus recuerdos le impedían vivir el presente.
Con la determinación de saber que lo que estaba haciendo era lo correcto, respondió a Sean, convencida de que salvaría su futuro y lo colocaría a salvo de su envolvente tristeza.
―Puede que esta caja no contuviera secretos trascendentales para Hábastrin, pero sí los contenía para nosotros. Nos ha ayudado a entender lo que llevamos dentro, nos ha mostrado partes de nosotros mismos que necesitábamos ver. ¡Y ni siquiera éramos conscientes de ello! Las visiones de la caja han estado lejos de ser decepcionantes, Sean, nos han fortalecido y con nuestro espíritu renovado lograremos combatir cualquier amenaza que se cierna sobre nosotros.
Los demás guardaron silencio mientras contemplaban la caja sin parpadear. Dan carraspeó con cierto temor. El teniente tenía los pensamientos en la paz que había sentido después de enfrentar sus miedos en la visión de la caja. Una calma que aún lo acompañaba.
―Mary tiene razón. Cada uno de nosotros tiene un pasado, unas debilidades. La caja nos ha dado la respuesta para enfrentarlas. Mírate, Sean, has sonreído, has albergado esperanza. Tu tristeza, tu nostalgia, aunque haya sido por unos instantes no han reinado en tu interior. Y tú Andy…
―No me digas cómo debo tomarme las visiones de la caja, Dan.
Dan dejó de hablar de inmediato, temeroso ante la iracunda reacción de Andy. Mary se acercó a Dan y le colocó la mano en el brazo. Él revivió la unidad que había sentido en su visión; el apoyo de sus compañeros era lo que le había permitido sobrevivir al ataque en la niebla. Con una valentía inusitada en él, contestó:
―Andy, tú has logrado sobreponerte a la presión interna que te obliga a defenderte solo, a cargar con la responsabilidad de defendernos a nosotros. La unidad hace la fuerza y he visto un brillo distinto en tu mirada. El brillo de quien ha descubierto que no está solo frente al peligro.
Los cuatro guardaron silencio, dejando que sus pensamientos se arremolinaran en el aire. Era evidente que la caja no había sido un objeto cualquiera; tenía un propósito más profundo, había cambiado su forma de ver el mundo y ninguno de ellos se arrepentía de haberse asomado a su tentadora luz azul.
Unos suaves pasos resonaron tras ellos cuando su superior directo, la sargento Martha Tioneli, entró en el comedor.
―Jamás pensé que llegaría a escucharos hablar de este modo, tenientes ―dijo cuando llegó a ellos con una sonrisa―. El equilibrio entre vuestras acciones es lo que nos permitirá traer la prosperidad a Hábastrin. Mary, sabes que tu optimismo y tu alegría contagiosa son imprescindibles para mantener alta la moral de nuestras tropas; Andy, tu iracundo trabajo defensivo y tu capacidad para desarrollar una ofensiva exitosa nos han salvado en múltiples ocasiones, pero sabes que delegar y reducir ese nivel de rabia que te caracteriza jamás será tenido en cuenta como una muestra de debilidad.
Se detuvo a contemplar la caja un instante antes de seguir con su discurso. Miró a Dan y sonrió cuando el teniente tembló bajo su mirada:
―Dan, el temor con el que vives nos ha ayudado a captar peligros que ni siquiera tuvimos en cuenta. Eres el mejor analista de riesgos que podría tener Hábastrin, pero tu carga será menor si la compartes con el resto. Y tú, Sean, sé por todo lo que has pasado, todos lo sabemos. Deja que te apoyemos en tu camino, que sostengamos contigo la pena y crezcamos a tu lado.
Los cuatro tenientes miraron a su superior. Era la mejor líder que los EMC podrían tener. Siempre con las palabras adecuadas, las palabras anheladas. Mantenía al grupo en equilibrio e impedía que sus fantasmas del pasado tomaran el control devastando con ello la base de Hábastrin.
La luz azul de la caja se intensificó, bañando el comedor con su suave brillo. Sus miradas se perdieron en una gratificante niebla azul que difuminó el comedor, la base militar y sus enemigos hasta que todo se convirtió en un destello de luz y silencio.
Entre ellos, sintieron a la extraña caja sonreír del mismo modo que lo hace un niño la mañana de Navidad cuando ve que sus deseos navideños se han hecho realidad.
***
En una pequeña sala de estar de Madrid, una mujer de rostro cansado y mirada perdida en el infinito estaba parada frente al árbol de Navidad. La suave luz de las guirnaldas iluminaba su expresión melancólica y sus manos se cerraban con fuerza en torno a una pequeña caja dorada, con una cinta roja que la rodeaba con delicadeza.
La mujer, cuya vida se había visto envuelta en una nube de tristeza, ansiedad y confusión, había encontrado aquella caja semanas atrás en el mercadillo navideño de su ciudad. La había comprado por su belleza exterior, sin saber que lo que hallaría en su interior escondería un significado mucho más profundo.
Lo que al principio pareció un simple libro dentro de una ornamentada caja de regalo, acabó convirtiéndose en la mejor compañía que podía tener para aquellos días. La mujer se había sentido acompañada por los personajes de la novela estableciendo una especie de vínculo con ellos. Durante su lectura, sus ya desestabilizadas emociones parecían intensificarse como si cada uno de los sentimientos que había luchado por reprimir cobraran vida propia: la tristeza por todo lo que había vivido y sufrido; el enojo que la invadía cuando sentía la injusticia de su situación; y el miedo al revivir aquel fatídico día y pensar que podría volver a suceder.
La tristeza con la que vivía sus días la envolvía como una pesada manta mientras sentía la ira arremolinarse en su pecho, entremezclada con la impotencia de no poder nada más. El miedo y la ansiedad, como dos enormes monstruos, habían devorado las escasas fuerzas que le quedaban para seguir luchando.
Sin embargo, aquella caja de regalo y el libro que albergaba en su interior habían encendido una frágil y diminuta llama, cálida, en medio de la tormenta que su mente vivía cada día.
Esa noche, al contemplar el árbol en su salita de estar, la mujer sintió que algo en su interior se había calmado. Era como si hubiera logrado comprender lo que antes se le escapaba. Con lentitud, abrió la caja y contempló aquel libro de apariencia inocente. Recordar la historia que había leído entre sus páginas la llenó de esperanza y se sintió rodeada por esos personajes que comprendían su dolor, su lucha, su búsqueda de paz. Se dejó invadir por aquella sensación de unidad y apoyo.
Sonrió. No había magia ni trucos, lo que la caja contenía era una ventana abierta hacia sus propias emociones. Una novela que la había ayudado a entenderlas, enfrentarlas y aceptarlas, que la había impulsado a solicitar esa ayuda que tanto había necesitado y con la que al fin había empezado a recuperar la ilusión que tiempo atrás había perdido.
El libro de la caja dorada la había ayudado a comprender que cada emoción tenía su propósito, que incluso en la fragilidad había belleza, y en la tristeza, una profundidad de la que aún podría aprender.
Mantuvo su sonrisa, una sonrisa sincera como hacía mucho tiempo no podía realizar. En el silencio de la noche, sintió que había recuperado una parte de sí misma que creía perdida.
Extrajo el libro y lo abrazó, despidiéndose de sus protagonistas solo por el momento. Mary, Andy, Dan y Sean la acompañarían durante mucho tiempo. El teniente Anthony Sheron que tanto la había ayudado a enfrentar sus pensamientos depresivos y toda la base de Hábastrin se habían ganado un hueco en su memoria y un lugar especial en su corazón.
Introdujo el libro en la caja dorada de nuevo y colocó el lazo rojo en torno a ella para cerrarla. La colocó bajo el árbol y volvió a sonreír. Miró a su alrededor, y el eco de unas risas y voces militares llegó hasta ella como si en algún lugar de su interior, aquellos personajes que había sentido tan presentes en los últimos días hubieran sido reales.
Unos niños cantaban un villancico en la calle y la magia de la Navidad recuperó el sentido para ella. Una época para aceptar, para liberar el pasado y abrazar el presente. Una época de esperanza.
Miró la caja dorada que contenía aquel libro una última vez. Mientras la luz del árbol parpadeaba, la mujer se alejó con la certeza de que, de alguna manera, nunca más volvería a sentirse sola y de que cada Navidad, recordaría la historia leída para tener claro que incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre podía brillar.
Maravilloso final, esperanzador y feliz. El cuidado de esa caja dorada con lazo rojo, que todos tenemos, es esencial. Y cuidar el libro de su interior muy necesario.
Fantásticos estos relatos de Navidad
Qué bien que te haya gustado el final y la dinámica de relatos. La importancia de esa caja dorada a veces pasa desapercibida entre el frenesí del día a día, pero pararnos un momento a cuidar de ella puede marcar la diferencia para nuestro propio bienestar. ¡Un abrazo y nos seguimos leyendo!