Yaya Ceravieja (Mundodisco) en Intermundo

Coloqué la botella de cristal en el mueble de las bebidas y, por tercera vez, revisé con aprehensión su contenido. Un líquido color caramelo distorsionaba la cafetera que había tras la botella. Un aguardiente especial, me había dicho mi buen amigo Tomás. Lo fabricaba él mismo y había intentado que se lo ofreciera a varios visitantes del Proyecto Intermundo. Siempre me había negado, pero su insistencia fue irrefrenable cuando se enteró de que Yaya Ceravieja vendría al estudio. La bruja que habíamos conocido en «Ritos Iguales», gracias a Terry Pratchett, había aceptado la invitación.

Tomás me obligó a ofrecerle su particular aguardiente y a explicarle con todo lujo de detalles cuál sería su reacción. Sonreí mirando el licor encerrado entre el cristal. Formábamos un buen equipo. Si salía bien, empezaría a pedirle ayuda más a menudo con mis entrevistas.

La puerta del estudio se abrió de golpe. Una sombra negra aguardaba al otro lado. El sombrero puntiagudo se movió para revelar a una mujer de avanzada edad con la nariz ganchuda y con una mirada tan imponente que sentí la necesidad de ayudarla a entrar, o a salir, o a lo que fuera, pero con premura.

–¿Es aquí lo de la entrevista entremundos?

–Sí, Intermundo. Bienvenida, señora Ceravieja.

–Ya puede ser inteligente la entrevista, niña. No creo que pueda aguantar a ningún estúpido más.

Se sentó en mi butaca y acomodó su negro vestido. Cogí con disimulo los papeles con las preguntas que habían quedado justo enfrente de Yaya.

–¿Ha tenido un día difícil?

–Difícil no, imposible. La gente me miraba como si no hubieran visto una mujer en su vida. Un grupo de niños… bueno, si hubiera conservado mis poderes cuando llegué aquí, ya no serían niños… Se ha atrevido a decirme que no estamos en carnaval.

Se me escapó una risita mientras la mujer de sombrero puntiagudo se quejaba tras mi mesa. Agarré los papeles con firmeza y me senté en el sofá, que estaba preparado para los entrevistados, tan rápido como pude tras recibir la iracunda mirada de Yaya. No tenía ni la menor idea de cómo acabaría aquella entrevista…

–Mira, no sé lo que es eso del Carnaval, pero como ya le dije en una ocasión a un viejo testarudo, una bruja tiene que llevar sombrero, si no, nadie sabrá que lo es. ¿Te puedes creer que se rieron cuando les contesté? No sé dónde está el chiste. Aquí nadie respeta nada.

–Entiendo su enfado, señora…

–Bien, bien, agradezco el respeto. Ahora, tutéame y llámame Yaya. Me haces sentir más vieja de lo que soy, niña.

–Yaya, tengo buenas noticias para ust… Para ti. He conseguido un fuerte licor casero que me han prometido que puede recordarte un poco al srem.

–Dudo que nada iguale a mi srem, pero podemos intentarlo.

Aceptó el vaso de aguardiente de Tomás y se lo tomó de un trago.

–No está mal.

Colocó el vaso vacío contra la mesa de un golpe y miró la botella. Le serví otro vaso y me aclaré la garganta para comenzar la entrevista.

–Cuando elegí ser bruja. Me separé de la vida convencional y lo agradezco cada día.

–¿Cambiarías alguna decisión del pasado?

–Jugar con el tiempo no es magia para brujas. Son cosas demasiado complejas. Pero, si hablamos de imaginar, creo que podría haber colaborado con otras brujas. No es que las necesitara, no me malinterpretes, Alba, es solo que podría haber logrado más logros antes.

–Mi gran amiga Tata Ogg. Tenemos nuestras diferencias, evidentemente, pero su desquiciante sentido del humor a veces complementa mi necesaria seriedad. La mayoría de la gente podría entrar en el otro grupo, pero si tengo que especificar a alguien supongo que cualquiera que abuse de su poder, actúe con malicia, por egoísmo… Y odie a las brujas.

–Aunque no lo parecía, habéis tenido muy buenas brujas aquí. Marie Curie, por ejemplo, dedicada a la ciencia y a su compromiso por el conocimiento y el descubrimiento. Murió a manos de una magia que no comprendía del todo, pero murió haciendo lo que le apasionaba.

–Se hizo un huequito en la historia. No sabía que era bruja.

Yaya se inclinó hacia delante y me susurró como si estuviera contándome el mayor secreto del Universo:

–Te sorprenderías de la cantidad de mujeres que lo son.

–¿Solo tres? Decide tú, niña. Soy astuta, decidida, testaruda, perseverante, protectora, respetuosa, no espera esa no, y… ¡Bruja! Incluye bruja en tu lista definitiva.

Rompí a reír mientras ella seguía pensando más adjetivos.

–Me parece una descripción suficiente, gracias, Yaya.

Ella se encogió de hombros y esperó la siguiente pregunta.

–La importancia de la responsabilidad y del conocimiento. Confiar en su propio juicio y actuar con integridad, no importan las circunstancias. ¿Hay mucha gente que se haya leído mi historia, Alba? –asentí pensando en los millones de lectores del Mundodisco de Terry Pratchett. Ella abrió la boca y contuvo la respiración–. Que Gran A’Tuin me proteja. Como el lector aprenda sobre cabezología, estoy perdida. Mis hermanas brujas van a querer descuartizarme.

–Nah, no creo que la cabezología tenga tanta importancia en tu historia –mentí para intentar calmarla.

No sé por qué lo hice, pero en ese momento me resultó más inteligente no tener a una bruja enfadada o angustiada en mi estudio.

–¿Qué clase de pregunta es esa? No se puede poseer el cuerpo de un animal. Podría hacer un Préstamo, como mucho, y todo el mundo sabe que los pájaros son los mejores para hacerlo. Quizás un búho, ven muy bien por la noche.

–Pues aquí termina la entrevista, Yaya, muchas grac…

–¡No! ¡Espera! Una cabra, querría ser una cabra. Así podría estar con las mías, las pobres no soportarían no tenerme a su lado. Seguro.

Sonreí. Era una mujer muy peculiar y la diversión estaba asegurada… cuando estaba de buenas.

Me ofrecí a acompañarla hasta el lugar donde se hospedaba. Un grupo de chavales se llevó un par de insultos por el camino, y una mujer, que vendía romero en una plaza cercana a cambio de algo de un mal de ojo, acabó sufriendo una interminable charla sobre brujería.

Acabé despidiéndome de ella y resoplé con cierto alivio. La intensidad con la que vivía era demasiado agotadora para mí. Leer sus historias en el Mundodisco era maravilloso, pero, quizás, compartir con ella el día a día podría ser agotador. Si quieres saber más sobre el mundo de Yaya Ceravieja, aquí puedes leer una reseña de la novela en la que la conocí «Ritos Iguales».

Por cierto, Tomas, esto va para ti. Recalcó que tu aguardiente no era ni parecido al srem, pero insistió en llevarse la botella entera.

Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.

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