Cuando tenía quince años, mi padre me recomendó leer una de las novelas de ciencia ficción que se acumulaban en su enorme estantería del pasillo. De portada sencilla y título corto, «Mutación» captó mi atención en el mismo instante en que él la extrajo de la fila de libros del cuarto estante.
Durante los apenas tres días que me duró su intrigante historia, seguí las pericias y descubrimientos de Victor Frank, un científico especializado en el ámbito de la ingeniería genética que conectaba directamente con mi propio entusiasmo científico.
Fue emocionante verle entrar en el estudio de Intermundo y no solo por poder ponerle cara al fin, sino por todo lo que había significado la novela de la que procedía para mí. Robin Cook, su creador, no había sido nunca específico en cuanto a su descripción por lo que a medida que leía su historia, me imaginé a un hombre de características que poco tenían que ver con la realidad: el doctor Frank era alto y delgado, con un pelo blanco tan corto que resultaba difícil diferenciar sus calvas de las zonas pobladas. Unas marcadas ojeras pronunciaban aún más las sombras entre sus afiladas facciones.
Me miró y sonrió evidenciando las arrugas que surcaban su rostro.
―Bienvenido, doctor. Gracias por aceptar participar en este loco proyecto.
―Créame, Alba, no le parecería tan loco si hubiera visto todo lo que hemos descubierto en mi laboratorio.
Con una risa nerviosa al recordar lo que había leído sobre ese laboratorio, le invité a que se sentara en el sofá del estudio. Parecía agotado, exhausto quizás, y después de lo que recordaba de su historia, no me extrañaba.
―¿Quiere tomar algo?
―Un café, solo y sin azúcar. Querrá toda mi atención, puedo deducir.
Sonreí dándole la razón y le ofrecí lo que había pedido.
―Si le parece, podemos empezar con las preguntas que nuestro público desea saber sobre usted.
Él asintió con medida cordialidad mientras colocaba la taza de café medio vacía en la mesa baja frente a él.
―¿Cuál diría que ha sido el momento más determinante de su vida?
―Vaya, empezamos con fuerza la entrevista. Me gusta, es usted directa, Alba.
Su sonrisa me ayudó a calmarme, imaginaba que no serían temas sencillos de hablar, pero Victor Frank tenía ganas de contarle al mundo su verdad:
―Diría que el momento más determinante de mi vida fue cuando decidí cruzar las fronteras de la ética científica y modificar genéticamente a mi hijo, Victor Junior. Al hacerlo, no solo definí mi carrera, sino que también desencadenó en una serie de eventos que cambiaron radicalmente mi percepción del poder y de las responsabilidades de la ciencia.
―Si pudiera volver atrás, ¿cambiaría su decisión?
Victor dudó unos instantes antes de contestar:
―Hoy podría decirle que, si pudiera, optaría por no alterar genéticamente a mi hijo. Me costó darme cuenta de que lo que yo creía que era un avance de la ciencia para un bien mayor tenía unas consecuencias éticas y personales que resultaron ser demasiado grandes.
―Le comprendo, doctor. Todos hemos sentido arrepentimiento alguna vez, aunque en la mayoría de los casos se trataba de cuestiones que en su momento creíamos que serían acertadas.
―Exacto.
―¿Con quién diría que tuvo más afinidad y con quién menos en su historia?
―Lo cierto es que limité mucho mis interacciones sociales en beneficio de la ciencia. Si tuviera que escoger a alguien diría que mi esposa, Marsha Frank, siempre ha sido mi mayor apoyo emocional. Ella fue mi balance moral constante, lo que a menudo nos llevó a tensas discusiones por las cuestiones éticas de mi trabajo. También tenía buen trato con algunos de mis colegas del laboratorio, aunque muchos de ellos se oponían a cualquier forma de progreso genético o tecnológico supongo que por miedo o ignorancia. Sería, quizás, con estos últimos con los que no pensaría jamás en ir a tomarme un café, ya me entiende.
Sonrió por cortesía y se incorporó para dar otro sorbo a su café. Por lo que sabía de él, no era una persona muy sociable y no tenía ninguna intención en profundizar en el tema por lo que decidí avanzar hacia la siguiente pregunta, una cuestión que me interesaba especialmente:
―¿Quién diría que es su modelo a seguir fuera de su mundo?
―Aquí, en su mundo, ha habido muchos científicos reseñables, aunque si tuviera que quedarme con uno sería Jonas Salk, el inventor de la vacuna contra la polio. Hizo un gran descubrimiento que permitió un gran avance médico y manejó notablemente bien la integridad ética.
―Es una decisión muy interesante. Si tuviera que describirse a sí mismo en tres palabras, ¿cuáles escogería?
―Siempre me he considerado un visionario y muy audaz. ―Se detuvo a reflexionar sobre la tercera cualidad, tomó el último trago de su café y respondió tajante―: y arrepentido.
―Siento oír eso, doctor Frank, ¿cree que el lector podría aprender alguna lección con su arrepentimiento y su historia?
―Sin duda creo que aprendería acerca de la importancia crítica de la ética en la ciencia. La investigación y el desarrollo a menudo traen consideraciones acerca de las implicaciones morales y las consecuencias a largo plazo que resultan difíciles de valorar en un primer momento.
―Muchas gracias por su sinceridad. Mucha gente estará ahora interesada en su historia. Para finalizar esta breve entrevista, si fuera un animal, ¿cuál elegiría?
―Una cuestión interesante… Diría que… Un búho. Siempre lo he considerado un símbolo de sabiduría y también de cautela. El búho es capaz de ver en la oscuridad lo que me recuerda la necesidad de ser consciente de lo que otros no pueden ver. La ciencia arroja luz sobre los grandes misterios de la humanidad, pero necesitamos actuar con prudencia y responsabilidad, una lección que me costó demasiado asimilar.
―Una buena elección y mejor explicación. Muchas gracias por sus respuestas y por haber aceptado formar parte de Intermundo.
―Ha sido un placer.
Después de despedirme de Victor Frank guardé el libro de «Mutación» donde le había conocido en la estantería de mi estudio. La novela escrita por Robin Cook en 1989 supuso un antes y un después en mi afición por la lectura de la ciencia ficción. La recuerdo como la primera, aunque puedo asegurar que no fue la última. Me costará aguantar la espera hasta publicar la próxima entrevista.
Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.
Nos leeremos en otra ocasión, … o en otro mundo.