El enigma de la Caja dorada
Capítulo 1/5
En la base militar de Hábastrin, escondida del mundo en un invierno perpetuo, los preparativos para Navidad eran escasos. Las luces parpadeaban por los pasillos a causa del vendaval que sacudía los gruesos cables en el exterior. La teniente Mary Serra se subió la cremallera del forro polar. El frío del búnker se había intensificado desde que los generadores de calor habían perdido la conexión eléctrica.
Se cruzó con algunos soldados que se habían quedado de guardia aquellas Navidades. Sonrió cuando su mirada se encontró con la de ellos. Se negaba a perder la alegría que la caracterizaba por un puñado de infortunios. Había vivido situaciones mucho peores que algo de frío y una oscuridad cada vez más amenazante.
Varios de los soldados sonrieron de vuelta. Mary era una mujer capaz de sacar una sonrisa a las tropas de Hábastrin aún en los momentos difíciles. Sus bromas y sus comentarios optimistas se juntaban con los del teniente Anthony Sheron y relajaban los ánimos de las tropas que encontraban una excusa para pensar en algo más allá de las encarnizadas luchas que debían acometer.
Cuando llegó a la cantina, tomó aire y dejó que el malestar por el frío se disipara ante la perspectiva que tenía delante. Movió la bolsa que llevaba en las manos provocando el tintineo de los adornos navideños que portaba. Puede que estuvieran en guerra, pero el espíritu navideño alegraría a los miembros de la base. O eso esperaba.
―Creí que te habrías arrepentido de hacerlo ―la suave voz del teniente Sheron la sorprendió desde la zona de máquinas expendedoras a su derecha.
―Nunca.
Se dieron un abrazo. Disfrutaban de la compañía juntos y se relajaban sabiendo que entre ellos, el optimismo y la esperanza no decaería con facilidad. Eran muchas las cosas que habían vivido y, a pesar de ello, nada lograba arrebatarles la sonrisa.
El día en que desempolvaban los adornos de Navidad y decoraban cada rincón de la base militar de Hábastrin era un momento inolvidable, uno de los favoritos para Mary, que rememoraba con cariño los tiempos en los que podía hacer el ritual de preparación para las fiestas con su propia familia. Miró a Anthony con ternura, había conseguido otra familia. La amistad se escogía por voluntad y se cuidaba hasta el punto de lograr llenar el vacío que provocaba la ausencia de su familia de sangre.
―¿Cómo está Martha? ―preguntó Anthony subido a la escalera de metal para colocar algunas esferas brillantes en el techo.
―Se está recuperando. El frío ha resultado ser un enemigo más poderoso que los que aguardan en el exterior.
―No tardará en volver a dar órdenes ―rio Anthony tratando de animar a su compañera.
―Eso espero, la echo de menos.
Martha Tioneli era su superior directo, la líder del pelotón de operaciones especiales EMC y cumplía con su deber con mano firme pero amable. Se había ganado el respeto de sus tropas gracias al respeto que ella misma profesaba por los tenientes a su mando. Una mujer ejemplar.
Mary se dirigió hacia la puerta que daba a la cocina, vacía a aquellas horas. Sus pasos resonaron devolviendo su sonido en forma de un susurro inquietante. Al fondo, algo brillaba con intensidad. La teniente dejó la bolsa de adornos a un lado y se aproximó con cautela hacia el misterioso objeto. Una caja dorada, cuidadosamente decorada con un lazo rojo que la rodeaba por todas sus caras, parecía palpitar en medio de la quietud de la cocina. A simple vista, parecía un regalo de Navidad, pero algo emanaba de ella.
La mujer se fijó en los intrincados patrones que decoraban sus brillantes límites. Había algo antiguo y misterioso en esa caja. Tal vez se tratara de una broma navideña, a ella le encantaban las bromas. Sin embargo, las emociones que le despertaba resultaron embriagadoras y alcanzaron su acelerado corazón, sembrando en él la necesidad de abrirla. La curiosidad era poderosa y, casi sin pararse a pensar, desató el lazo.
Un destello cálido iluminó su rostro y Mary sintió un leve hormigueo que le hizo estremecerse. Dentro de la caja no había objetos, ni cartas. No había nada. La extrañeza no llegó a su mente pues algo comenzó a proyectarse entre sus pensamientos.
Cerró los ojos y se encontró inmersa en una imagen de su infancia. Una Navidad llena de risas, abrazos y el aroma de la comida de su abuela. Escuchaba los villancicos y sentía el calor del hogar. La nostalgia se mezcló con el consuelo evocando en ella una agradable sensación de paz. Mary sonrió mientras una lágrima de felicidad se deslizaba por su mejilla.
Desde el comedor, Anthony dijo algo y Mary abrió los ojos volviendo al presente. La caja seguía abierta, pero su brillo había comenzado a apagarse.
―Vuelve a mostrármelo ―le suplicó la mujer, deseosa de revivir una vez más su feliz infancia navideña.
La calidez que sentía en su rostro y sus manos terminó por desaparecer y las imágenes felices de las que había disfrutado dieron paso a otras más perturbadoras. El fuego lo devoraba todo. Cada rincón de la base se llenó de caos y gritos. Una amenaza invisible acechaba desde las sombras invadiendo los corazones de quienes luchaban por defender Hábastrin. La base se oscureció y la inquietud reinó en su mente.
Mary apretó la caja contra su pecho en un intento por sacudirse aquella desagradable visión. Como en respuesta a sus anhelos, la imagen cambió de nuevo y le mostró algo completamente distinto: ella y sus compañeros, juntos, celebrando la Navidad en la base. Los seis miembros del pelotón de operaciones especiales EMC sonreían, junto a su líder, Martha Tioneli. Compartían recuerdos, risas y abrazos. Una visión que le llenó la mente de esperanza y el corazón de un cálido cosquilleo.
La teniente parpadeó y fue devuelta a la realidad con una extraña sensación de paz. Cogió la caja entre sus brazos y la sacó de la cocina, convencida de que debía compartir su extraño descubrimiento con los demás. No se trataba de un simple regalo navideño; parecía contener un mensaje profundo, una advertencia y una promesa al mismo tiempo. Quizás, si todos veían lo mismo que ella, podrían hallar la manera de resolver el enigma que parecía contener.
―Anthony, debo ir con los EMC. Debo mostrarles algo. ¿Quieres venir?
El teniente Sheron negó con la cabeza.
―Si has encontrado un nuevo enigma que resolver, no haré más que estorbar, Mary. Terminaré la decoración aquí antes de que vengáis a comer. Espero que no protestes cuando culmine mi obra de arte.
―Depende de lo creativo que te pongas ―rio Mary.
―Sabes que no puedo evitarlo.
Mary sonrió y salió del comedor. Esperaba poder volver con Anthony a tiempo para evitar que el teniente agotara todos los adornos allí. Aún les quedaba mucha base que decorar y llenar de espíritu navideño.
Cuando entró en el salón de descanso de los EMC, sus compañeros se giraron a mirarla y ella, sin poder evitarlo, soltó una risita traviesa.
―¿Preparados para un misterio navideño?
El brillo de ojos con el que preguntó pareció contagiar a los EMC que se acercaron con curiosidad a comprobar qué era lo que traía entre los brazos. Intrigados, escucharon el relato de Mary y coincidieron en que debía tratarse de algo importante, o al menos, algo digno de estudio por los EMC.
Uno a uno, se fueron asomando al mensaje que contenía la caja. Sin embargo, Mary pronto comprendió que sus visiones eran mucho más especiales de lo que había sospechado pues ninguna de ellas se repitió ni una sola vez. En su lugar, cada miembro de los EMC sufrió los delirios de la extraña caja que parecía contener un mensaje especial para cada uno de ellos.
Continúa la historia con El fuego interior aquí
Los personajes y la ambientación de este relato pertenecen a la novela Bajo amenaza desconocida.