Kris Kelvin (Solaris)

Hoy quiero confesarte, mi querida mente inquieta, que me he criado en una familia donde abundan las psicólogas. Por eso, cuando invité a Kris Kelvin, el psicólogo de Solaris, me sentí casi como en casa, a pesar de que Stanisław Lem me infundió cierto temor, o mejor dicho intriga, por las cuestiones de la mente en su novela.

Kelvin me miraba con ojos cansados desde el sofá del estudio de Proyecto Intermundo. Los viajes espaciales debían resultar agotadores.

―¿Quiere beber algo, doctor?

―No, gracias. Hace tiempo que las necesidades básicas, incluso algo tan sencillo como beber, me parecen… secundarias. En Solaris, la sed y el hambre parecen volverse tan intangibles como el tiempo mismo, igual que los recuerdos que regresan a mí. A veces pienso que sería bueno dejar de beber completamente, como una especie de renuncia, pero luego me doy cuenta de que es solo una forma de resistirme a Solaris.

Me quedé mirándolo sin saber bien qué decir. Sabía que la estación de Solaris había sufrido ciertas… interferencias a causa del inmenso y misterioso océano que cubría casi la totalidad del extraño planeta. Tomé aire y me preparé para comenzar la entrevista. Después de aquella respuesta, no tenía claro cómo se desarrollaría el resto de la tarde. Carraspeé para captar su atención y empecé con la primera pregunta:

―¿Cuál ha sido el momento más determinante en tu vida?

―El momento más determinante fue llegar a Solaris. Fue allí donde me encontré con un pasado al que nunca quise regresar, encarnado en la figura de Harey. No era solo la exploración de un planeta o la investigación científica lo que me trajo hasta aquí; fue mi propia conciencia, mi necesidad de redención, de enfrentarme a lo que perdí. Solaris me mostró hasta qué punto nuestras decisiones y emociones pasadas pueden moldear nuestra vida, incluso en el presente.

Hablaba con la mirada perdida en algún punto por detrás de mí. Ya sabía lo que había ocurrido en su historia y temía que los obstáculos a los que se había tenido que enfrentar le hubieran hecho perder la mente por completo, pero deseché mis miedos y continué con la entrevista:

―Si pudieras, ¿cambiarías alguna decisión del pasado?

Creo que todos tenemos decisiones que nos gustaría cambiar, pero, en mi caso, cambiar mi pasado sería borrar a Harey. Si nunca hubiera cometido los errores que cometí con ella, nunca habría aprendido lo que significa de verdad el amor y el arrepentimiento. Aunque me pesa cada día.

―¿Con quién has tenido más afinidad y con quién menos en tu historia?

―La afinidad más cercana, y a la vez más perturbadora, la tuve con Harey. Fue una mezcla de cariño y pavor, de amor y rechazo, porque representaba una parte de mi vida que nunca supe cómo comprender. En contraste, Snaut me resultaba enigmático y distante. Compartimos algunas experiencias, pero siempre me pareció alguien muy difícil de conocer. Quizás él también estaba luchando con sus propios «fantasmas».

Sonrió con suavidad fijando su mirada por primera vez en mí, una mirada cansada que poco tenía que ver con la sonrisa que dibujaban sus labios.

―¿Tienes algún modelo fuera de tu mundo?

―Toda mi vida he admirado a Hari Seldon de la Fundación, quien intentó salvar a toda una civilización a través de la ciencia. Aunque mi labor no tiene tal magnitud, encuentro en él una especie de referente en su búsqueda de un sentido mayor, un propósito que excede la simple vida individual.

―¿Cómo te describirías en tres palabras?

―Racional, atormentado, inquisitivo.

―¿Qué lección crees que el lector puede aprender de tu historia?

―Quizá la lección más importante sea entender que el conocimiento de uno mismo es tan vasto y enigmático como el universo. A veces enfrentamos situaciones que no podemos explicar con la lógica, y en esos momentos es donde descubrimos quiénes somos realmente. Enfrentarse a Solaris es como enfrentarse a la conciencia humana: incontrolable, incomprensible, pero inevitable. No siempre hay respuestas, y tal vez eso es lo más valioso que uno puede aprender.

Me quedé en silencio cuando terminó su contestación. De pronto, la última pregunta de la entrevista me parecía demasiado banal para Kris Kelvin y sus filosóficas respuestas. Aun así, sabiendo que es una de las preguntas que más curiosidad produce en las mentes inquietas que me leen cada semana, me armé de valor y pregunté:

―¿Qué animal serías?

―Quizás sería una medusa ―no tardó en contestar y a mí me resultó evidente que no había mejor animal que ese―. A la deriva en un mar extraño, dejando que las corrientes me lleven de un lugar a otro, sin un destino fijo y con una apariencia engañosamente frágil. La medusa se mueve en aguas inciertas, tal como yo me muevo en los límites de mi propia psique y en el mundo incomprensible de Solaris.

Me despedí con formalidad de Kris Kelvin, el psicólogo de la estación espacial de Solaris y le permití retomar sus labores. Lo cierto es que, aunque de comienzo intrigante, la evolución de su historia me dejó un sabor agridulce y, su agotamiento pareció contagiarme cuando nos tuvimos que levantar de nuestros asientos.

Me habría gustado tener una larga conversación filosófica con él, creo que habría aprendido muchísimo, pero las fuerzas me flaqueaban. Decidí que sería mejor acompañarlo a la salida y descansar. Soñé que vagaba en la infinidad del océano de Solaris, el mismo que Stanisław Lem me mostró en su novela, y me dejé llevar por los enigmas que aquel planeta sembró en mi mente, como lo hizo en la de Kris Kelvin.

Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.

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