Esperanza

Había sido un día duro en la fábrica. Por aquellas fechas, los trabajadores se veían desbordados con sus tareas teniendo que doblar turnos a menudo. Marta luchaba por mantener los ojos abiertos. Aún no había amanecido cuando salió de su casa temprano para continuar la labor que había quedado sin concluir la tarde anterior. El encargado de la fábrica no toleraría ningún retraso y la mercancía tenía que salir antes de que acabara el día.

Marta se masajeó el cuello entumecido y meció la cabeza hacia los lados. No había podido pegar ojo en toda la noche. Aunque ella estuviera viviendo los momentos de mayor trabajo del año, muchos estudiantes ya disfrutaban de sus vacaciones de final de año. Un grupo de aquellos jóvenes con ganas de diversión había alquilado el piso de al lado. Las noches se habían convertido en una pesadilla continua. Bostezó intentando desperezarse cuando un potente grito la sorprendió a su espalda. Su jefe no estaba satisfecho con el ritmo que llevaba y Marta temía que pudiera despedirla. La mujer se tapó la boca en un intento por ocultar el bostezo y se centró en la línea de producción.

Terminar todas sus tareas a tiempo fue casi un imposible. Abandonó la fábrica más tarde de lo que le habría gustado. Estaba deseando llegar a casa y sentarse a descansar. La lluvia le golpeaba la cara con fuerza y, para sus adentros, Marta profirió una maldición. Había olvidado el paraguas en casa y, a aquellas horas de la noche, no conseguiría hacerse con ninguno. Un viento gélido le hizo temblar. Castañeando los dientes intentó cerrarse el abrigo sobre sí pero fue en vano. Una de las máquinas de la fábrica se había enganchado con varias telas destrozando por completo su gabardina y la de dos compañeros más.

Al apretar el abrigo con más fuerza sobre su pecho, sintió cómo los brazos se quejaban. En días como aquél deseaba perder de vista para siempre su trabajo pero sabía que no podía hacerlo. Las facturas se acumulaban sobre la mesa del salón y, además, estaba Lucas. Sonrió al recordarle. Él era el único motivo por el que se levantaba cada día. Animada por su recuerdo, recorrió las últimas calles hasta que se detuvo en su portal.

Subió a casa y abrió la puerta. Lucas la miró, abrió la boca con entusiasmo y corrió hacia ella. Marta sonrió, era feliz. Por primera vez en todo el día se olvidó de su cansancio y su mala suerte. Abrazó con fuerza a Lucas y le susurró al oído lo mucho que le quería. Él, sin dejar de mover el rabo, le lamió la cara dándole fuerzas e indicando a su mejor amiga que todo el esfuerzo había merecido la pena.

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