Raoden (Elantris) en Intermundo

Un hombre rubio, de mirada clara y rostro atractivo entró en el estudio de Proyecto Intermundo. Raoden, príncipe de Arelon, me miró y me sonrió sin esperar a que me levantara de mi escritorio. El joven heredero, a quien conocí en Elantris gracias a Brandon Sanderson, esperó paciente mientras me levantaba apresuradamente de mi silla.

―Bienvenido, Majestad.

Realicé algo parecido a una reverencia (suerte la mía que no quedó grabada) y le invité a tomar asiento en el sofá de los invitados.

―¿Desea beber algo?

Levantó la mano y respondió con dulzura.

―Estoy bien así, gracias.

―De acuerdo. Si necesita cualquier cosa, no dude en solicitármelo.

―Así lo haré.

Me senté de nuevo en mi escritorio. Aquel hombre emanaba paz y esperanza. Era agradable estar en la misma habitación que él, incluso hacía que todo pareciera posible. Pensé en lo bien que me vendría tenerle cerca cuando me acechaba el dichoso síndrome del impostor de la escritora. Cogí los papeles donde anotaría sus respuestas a la entrevista. Debía ser profesional, así que abandoné mis propios pensamientos y empecé con la primera pregunta:

―El momento que más cambió mi vida fue la mañana en que me alcanzó la Shaod. Fui arrojado a Elantris y, en medio de una maldición que me obligaba a vivir entre el sufrimiento y la mugre, tuve que ganarme mi lugar de nuevo. Desafíos inimaginables me ayudaron a redescubrir mi propia fortaleza. Fue todo un despertar físico, emocional y espiritual.

―Creo que hubiera sido positivo para el reino de Arelon que me hubiera interesado más por la verdadera naturaleza de Elantris antes de verme atrapado en ella. De haberlo hecho, quizás habría estado más preparado para afrontar todo lo que vino después.

―Aunque eso no nos habría permitido a los lectores disfrutar con su historia…

―Hubo mucho sufrimiento, Alba. No sé si disfrutar sería la palabra adecuada.

―Tiene razón, Majestad ―respondí agachando la cabeza consciente de mi error―. Fueron momentos difíciles y ese sufrimiento traspasó el papel. Aun así, hubo muchas lecciones que pude aprender con la historia.

Raoden sonrió liberando la tensión que se había acumulado a causa de mi metedura de pata. Era un hombre comprensivo, por fortuna. Y ya que habíamos tocado el tema, decidí alterar ligeramente el orden habitual de mis preguntas:

―Sin duda se llevaría el valor de la esperanza y la perseverancia. Incluso en los momentos más oscuros. Cuando todo parece perdido, es crucial mantener la fe en uno mismo y en los demás. La compasión, el trabajo en equipo y una actitud positiva pueden lograr que nos sobrepongamos a las adversidades más grandes. Podría haber grandes aprendizajes, en realidad.

―Jamás pensé que diría esto, pero creo que tuve gran afinidad con Galladon ―sonrió con añoranza―. Su pragmatismo y su lealtad me sirvieron de apoyo. No puedo decir lo mismo de Iadon. Sé que no debería decirlo porque es mi padre, pero su visión ambiciosa y su egoísmo a menudo chocaban con mis ideales. Me costaba demasiado tratar con él.

―Le entiendo, la familia a veces puede ser… ―contuve mis palabras consciente de que era posible que algún familiar mío leyera esta entrevista―. Desafiante.

Raoden sonrió y aunque duró poco, me pareció ver una mirada de cierta complicidad.

Se rascó la barbilla con la mirada perdida en el techo antes de sonreír y responder:

―Nelson Mandela. A pesar de enfrentarse a circunstancias extremas y a la adversidad, mantuvo su esperanza y su lucha por la justicia y la igualdad. Transformó si vida y la de millones de personas.

―Optimista, carismático y líder.

Recordé su historia. Sí que había sido un hombre optimista. Nunca he conocido a nadie capaz de afrontar la adversidad como lo hizo él. Sentía admiración por lo que había logrado y le miré sonriente. En el sofá, su cuerpo comenzó a cambiar. Su rubio pelo se deslizó hacia el suelo y su piel se oscureció tornándose de un tono grisáceo mortecino. Me levanté asustada de mi silla.

―Un zumo ahora no me vendría mal, si puede ser.

Asentí enérgicamente. Claro que podía ser. ¿Cómo no iba a poder ser? No se me ocurriría negarle algo al príncipe Raoden y menos después de verle con ese aspecto casi moribundo. Le preparé un zumo de melocotón y se lo ofrecí.

―Gracias ―cogió el vaso con una mano y movió la otra para restarle importancia a su aspecto―. No es nada. Los cambios de magia entre mundos afectan a mi aspecto. Nada de lo que preocuparse ―dio un sorbo al zumo―. ¿Tienes alguna pregunta más?

Sonrió y se recostó en el sofá tras dar otro trago al zumo.

―Una grulla ―le miré sorprendida y él rompió a reír―. Tengo entendido que representan la esperanza y la buena fortuna. Además, me resulta fascinante su capacidad para migrar largas distancias. Se mantienen unidas enfrentando las dificultades del camino. Sus características resuenan con las mías.

Sonaba bien. Recordé un dato curioso que me ofreció una amiga en una ocasión sobre las grullas. En Japón eran consideradas como un signo de longevidad. No me atreví a hacer el comentario en voz alta por miedo a parecer prepotente frente a Raoden, pero lo cierto es que me pareció bello acordarme de aquel dato teniendo en cuenta que el príncipe había entrado en un estado de inmortalidad al convertirse en elantrino.

Era de trato amable y se mostró cercano conmigo. Tanto que aceptó mi oferta de ir a visitar algunos lugares de la ciudad. Le llevé al Palacio Real. Sé que suena a tópico, pero me pareció oportuno llevar a un miembro de la realeza de Arelon allí. Le sorprendió su estructura, no tenía nada que ver con la de su país. Y es que Arelon, poco tenía que ver con los reinos que había en la Tierra.

Fue una excursión que pareció gustarle y estoy convencida de que el protagonista de Elantris aprendió y se enriqueció de todo lo que vio. Al fin y al cabo, ya lo describió Brandon Sanderson en su novela, se trataba de un hombre ávido de conocimiento y con ganas de mejorar el mundo. Desde luego, mi tarde, la mejoró.

Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.

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