Cuando Clarence Auberon entró en el estudio de Proyecto Intermundo, su presencia inundó toda la estancia. Su imponente traje negro de clásico corte inglés y capa a juego le hicieron más apuesto de lo que me lo había imaginado cuando leí las novelas de Eva Alton.
Lo conocí fugazmente gracias a La ayudante del Vampiro, pero no fue hasta La bruja extraviada cuando tuve el placer de compartir grandes momentos de lectura con él.
―Bienvenido, Clarence.
Él agachó la cabeza en una elegante reverencia.
―Es un placer, Alba.
Carraspeé tratando de alejar los nervios que me atenazaban y luché por controlar mi corazón taquicárdico. Casi sin pensar, pregunté de forma automática:
―¿Quieres beber algo?
―¿Bebida? ―dijo en un atractivo susurro―. Es tentador, pero me temo que nuestras ideas de «bebida» pueden diferir un tanto, querida ―sentí mis mejillas ruborizarse ante mi error de principiante y él sonrió disfrutando, en apariencia, de mi equivocación―. No te preocupes, no haré nada que no desees… o que no estés dispuesta a conceder.
Se me escapó una risita nerviosa y me serví un vaso de agua. Necesitaba aclararme la garganta antes de empezar la entrevista. «No más errores» me reprendí, «debes ser más profesional». Le invité a sentarse en el sofá preparado para mis invitados y yo me acomodé en mi silla, al otro lado del escritorio que me servía de refugio.
―Dime, Clarence, ¿cuál ha sido el momento más determinante de tu vida?
―Posiblemente fue cuando conocí a Anne Zugrăbescu, aunque prefiero no estropear la historia a nuestros lectores revelando más de lo necesario… En esos tiempos, yo no era tan cauto, ni tan consciente de las sombras que acechaban en la oscuridad. Anne fue mi perdición, pero sin ella no estaría hoy aquí.
―Sé a lo que te refieres, mirar al pasado puede encontrarnos con una imagen propia que apenas reconocemos. ¿Cambiarías algo de tu pasado?
―Creo que todos cargamos con decisiones que nos atormentan en las horas más solitarias de la noche, y créeme, he tenido muchas noches solitarias para reflexionar. Mi conversión, por ejemplo, no fue por elección propia. ¿Cambiaría algo de eso? Quizá. Pero hay un encanto en la ironía, en cómo incluso nuestras desgracias nos pueden dar fuerza, o llevarnos a encontrar a la persona que habíamos estado buscando toda la vida… e incluso después.
―Es una reflexión preciosa ―contesté mientras anotaba su respuesta en mi libreta―. La llevaré conmigo y estoy segura de que muchas de nuestras lectoras sabrán apreciarla también.
Él asintió con la cabeza y me regaló de nuevo esa sonrisa suya que parecía traspasarme el alma. Me apresuré a bajar la vista a mis papeles y continuar con la entrevista:
―¿Con quién has tenido más y menos afinidad en tu historia?
―Mi afinidad más profunda es, sin duda, con Alba. Ella es más que una compañera o una amante. Recuerdo cuando conocí a Julia y vi esa mirada en Ludovico*, guardan cierto paralelismo. Espero que me entiendas ―asentí―. Por otro lado, mi némesis… no quisiera estropear la lectura de mi historia con detalles, pero permíteme decirte que algunas rivalidades son de una intensidad casi igual al amor. Quizás leyendo la cuarta entrega de la serie podrás descubrir a qué me refiero.
―Llegaré a ella pronto ―reí y casi sin pensar formulé la siguiente pregunta. Sentía un profundo interés por conocerlo mejor―. ¿Tienes algún modelo a seguir?
―Siempre he admirado profundamente a mi madre, Rose. Ella poseía una bondad inigualable y un temple que pocos, mortales o inmortales, logran alcanzar. Aunque ya no está, su recuerdo es un faro que ilumina incluso los rincones más oscuros de mi existencia.
Escuché su respuesta fascinada, quizás fue mi alma de madre la que se conmovió y por eso, a pesar de aceptar solo respuestas referentes a otros mundos, decidí no corregirlo y dar por válida su contestación.
―¿Cómo te describirías en tres palabras?
―Apasionado, fiel y… caballeroso, desde luego. Si algo me enseñaron mis años entre los mortales es que la cortesía nunca pasa de moda, incluso cuando ya no se usa tan comúnmente.
―Puede que escasee, pero se agradece cuando aparece ―esta vez fue él quien sonrió―. ¿Qué lección crees que puede aprender quien lea tu historia?
―Diría que la lección más importante es que, por más destrozado que te sientas, el amor tiene una forma peculiar de encontrar y reparar las grietas en nosotros. Quizás nunca lleguemos a estar «completos», pero eso no significa que no podamos ser redimidos. Ni amados.
―Gracias por tus respuestas, Clarence. Hemos llegado a la última pregunta y, aunque sospecho cuál será tu elección, debo preguntártelo: ¿qué animal serías?
Él se rio en el sofá y respondió con contundencia, confirmando mis sospechas:
―Un cuervo, sin duda. No podía ser de otra forma.
Aliviada por no haber perdido del todo mi intuición, me despedí del vampiro inglés con cortesía. Disfruté con su visita y me habría gustado poder compartir más tiempo con él, pero, si te soy sincera, no tenía muy claro a qué plan invitarle que no implicara algo de picar. Por un momento, me cruzó la mente visitar el cementerio, pero supuse que le resultaría demasiado monótono.
En La ayudante del vampiro me presentaron su hogar, y en los libros sucesivos de la serie Los vampiros de Emberbury pude conocerlo como si yo misma lo hubiera habitado. Vi salir a Clarence de mi despacho y guardé todos los libros de la serie de Eva Alton en la estantería. Había sido todo un acierto leer aquella saga de fantasía romántica, aunque no hubiera logrado encontrar la clave para prolongar mi cita con el apuesto vampiro protagonista.
Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.
Nos leeremos en otra ocasión, … o en otro mundo.
*Puedes encontrar la historia de Julia y Ludovico en La ayudante del vampiro.
Esta entrevista ha sido realizada gracias a la colaboración de Eva Alton.