
Cuando una mujer con uniforme de policía entró en mi despachó con paso firme yo solté el ejemplar de No tengo edad para creer que tenía entre las manos como si de un cadáver se tratara. Me relajé en cuanto comprobé que se trataba de Zoe, una de los personajes que Pascual Belmonte me presentó en su novela de terror.
―Zoe, bienvenida.
Me levanté de mi mesa y le estreché la mano junto antes de indicarle que se pusiera cómoda en el sillón de los invitados. Con su característico acento almeriense, ella respondió con una sonrisa:
―Un placer conocerte Alba, encantada de estar contigo.
―¿Quieres tomar algo?
―Vino, si es posible. Un buen vino siempre es buena compañía.
Le serví un vino tinto dulce que me regalaron unos amigos y le sonreí mientras le entregaba la copa.
―Me alegra que puedas dejar a un lado las obligaciones laborales ―ella resopló y sonrió―. ¿Empezamos?
Zoe se recolocó en el sofá y depositó la copa en la mesita baja frente a ella a la espera de mi primera pregunta.
―¿Cuál dirías que ha sido el momento más determinante de tu vida?
―Tomar la decisión de entrar en el cuerpo de policía. No fue fácil. Nunca pensé, ni me replanteé serlo. Mi vida cambió después del último año de bachiller cuando mi vida dio un giro de ciento ochenta grados y algo en mi interior me dijo que tomara este camino. Un camino alejado de mi realidad. —Cogió la copa de vino y le dio un trago—. Quería hacer lo que otros no fueron capaces.
―Desde luego lograste algo que muchos creyeron imposible ―respondí mirando el ejemplar de No tengo edad para creer donde la conocí por primera vez―. Si pudieras, ¿cambiarías alguna decisión del pasado?
―Cambiaría muchas cosas. Una de ellas mis creencias sobre cuentos y leyendas.
―Comprendo por qué lo dices. Habría supuesto una gran diferencia… ―me quedé pensativa evadiéndome en su historia y lo que había leído de ella hasta que volví al presente y continué con la entrevista―: ¿Con quién has tenido más afinidad y con quién menos en tu historia?
―Tuve gran afinidad con Javi. Creo que debo estar agradecida por no haberse rendido, pese a que yo no estuve de su lado desde el principio. Lo tomé por un joven perdido, queriendo encontrar respuestas rápidas. Y, al final, era yo quien quería las respuestas rápidas y sencillas. Conocerlo me ha hecho comprender más a las personas en ciertas situaciones. ―Comenzó a susurrar como si alguien pudiera oírnos al otro lado de las paredes del estudio―. Y, sin duda, espero que no escuche lo que voy a decir, con quien menos afinidad tengo, e irás a más, a no ser que algún día cambie, es con mi jefe.
―Muchos tenemos dificultades con nuestros jefes.
Las dos reímos con la esperanza de que ninguno de ellos lograra leer esta entrevista nunca.
―Dime, Zoe, ¿tienes algún referente, algún modelo a seguir?
―Sí. Pero no se trata de una persona en particular. Un referente para mí es alguien como puedes ser tú. Alguien que está aquí, concediéndome un ratito de intimidad, con un buen vino, creyendo en su trabajo, y dando voz a otras personas. Observo el mundo y lo que veo es gente luchando por un sueño, con los obstáculos que pone la vida en su camino, y, aun así, no se rinden. Reman y reman, día a día, contra viento y marea, por salir adelante, por llegar a la orilla, por dar un paso más, subir un escalón. Si he de tener un referente, son esas personas.
Luché por contener una lágrima de emoción y asentí al tiempo que Zoe se acomodaba en el sofá.
―¿Cómo te describirías en tres palabras?
―Nunca he sabido responder a esta pregunta —rio—. Romántica. Aunque yo desvinculo esa palabra del romanticismo en pareja. Para mí, un momento romántico son los pequeños detalles que incluso a veces vivimos en soledad. El romanticismo que encontramos en los pequeños detalles.
Asentí al comprender lo que quería decir y esperé a que meditara el resto de su respuesta.
―Cabezona. Alba, tú conoces parte de mi historia y lo has podido comprobar ―me guiñó un ojo y dio un trago a la copa de vino mientras yo reía―. Y tranquila. Algo que no va acorde a mi trabajo. Soy de disfrutar un atardecer en un rinconcito de la playa, a solas, escuchando el sonido del mar.
―¿Qué lección crees que el lector puede aprender de tu historia?
―La importancia de la amistad. Saber estar cuando el mundo te señala, mira para otro lado o murmura a tus espaldas, sin ni siquiera molestarse a preguntar el por qué actúa así una persona que lo único que intenta es salir a flote. Creo que se debe aprender sobre ello.
―La verdad es que sería un aprendizaje que le vendría muy bien a muchos. Llegamos al final de la entrevista. ¿Qué animal serías?
―No sabría decirte… —Zoe apuró el contenido de la copa pensativa—. Tal vez un gato. Porque es un animal aislado, apartado en ciertos momentos, pero que, en otros momentos, le gusta recibir y dar cariño. —Dejó la copa de vino vacía en la mesita baja—. He de añadir que se me ha hecho corta la entrevista, y que ha sido un placer que hayas conocido mi historia. Espero, algún día, tener la oportunidad de compartir espacio otra vez contigo. De verdad, y de corazón, gracias.
―Gracias a ti por tu sinceridad y por haberte abierto conmigo. Si lo deseas, podemos seguir charlando tranquilamente en otro sitio.
―Me parece una idea estupenda.
Y así acabé paseando por un parque de la ciudad con una agente de policía que tuvo que derrotar mucho más que sus propios prejuicios y creencias en la historia que Pascual Belmonte me mostró en No tengo edad para creer.
Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.
Nos leeremos en otra ocasión, … o en otro mundo.
Esta entrevista ha sido realizada gracias a la colaboración de Pascual Belmonte (puedes conocer más sobre su obra aquí).