Flint Fireforge (Dragonlance) en Intermundo

Portada de la novela La tumba de Huma, escrita por Margaret Weis y Tracy Hickman, con el sello de Proyecto Intermundo

Las Crónicas de la Dragonlance fueron una de las primeras sagas de fantasía que leí y fueron, sin duda, las que sembraron mi amor por este género. Con los años he podido macerar mi gusto por los escritos de Margaret Weis y Tracy Hickman y he encontrado aún más fascinante su mundo, sus historias y sobre todo su personajes. De hecho, uno de los personajes sobre el que más me había gustado leer estaba a punto de entrar en el estudio de Proyecto Intermundo: Flint Fireforge.

El enano de barba frondosa golpeó la puerta con contundencia hasta que me levanté a abrirle. Llevaba puesto su casco con una hermosa pluma ondeando al viento mientras el bajo y rechoncho hombrecillo se introducía en el estudio.

―Bienvenido, Flint. Es un placer poder compartir contigo esta tarde.

―Gracias, Alba. El placer es mío.

Se retiró el casco y se agachó con galantería en una reverencia improvisada. Me sorprendió su actitud, creí que se mostraría más reacio a esa clase de convencionalismos.

―¿Quieres beber algo?

Se colocó de nuevo el casco y resopló:

―No puedo negarme a un buen trago, pero debe ser cerveza enana. Ninguna de esas bebidas ligeras que toman los elfos. Yo necesito algo que haga sentir calor en los huesos, especialmente después de un largo día de viaje.

Sonreí y preparé una jarra fría de cerveza artesana, una de esas cervezas que yo no podría permitirme estando trabajando como estaba en mi estudio por su alta graduación. Dio un sorbo a la cerveza y pareció quedar satisfecho. Le invité a sentarse en el sofá de los invitados y comencé mi entrevista.

―¿Cuál ha sido el momento más determinante en tu vida?

―El día que decidí unirme a esos malditos chiquillos. Tanis, Sturm, Caramon… Ese día fue el más importante ―gruñó algo que no pude comprender y añadió―: No lo diré jamás en voz alta delante suya, pero fue un paso que cambió mi vida. Sin ellos, seguiría martillando hierro en las forjas de Thorbardin, aislado del mundo. Me empujaron a enfrentar cosas que nunca hubiera creído posibles. Pero, sobre todo, fue la amistad lo que me mantuvo firme en los momentos más oscuros.

―Si pudieras, ¿cambiarías alguna decisión del pasado?

―No ―sacudió la cabeza enérgicamente―. Las decisiones que tomé, por buenas o malas que fueran, me condujeron por el camino correcto. Incluso esos momentos en los que me metí en problemas por ser terco como una mula… Bueno, la mayoría de las veces tenía razón, Alba. Lo hecho, hecho está, y si algo he aprendido es que no se puede vivir arrepintiéndose. Eso no es propio de un enano.

―No sé si será propio o no de los enanos, Flint, pero son unas palabras sabias que a muchos nos convendría recordar.

Dio un trago a su cerveza, orgulloso de su respuesta y se incorporó ligeramente hacia delante para escuchar mi siguiente pregunta:

―¿Con quién has tenido más afinidad y con quién menos en tu historia?

―Tanis siempre fue como un hijo para mí, aunque no siempre se lo hacía saber. A veces, ese mestizo medio elfo tenía más cabeza para pensar que yo, y eso me enfadaba. Pero la verdad es que lo quería como si fuera de mi propia sangre. ¿Con quién menos? Raistlin. No confío en la magia y mucho menos en los que la usan. Ese mago siempre andaba con un pie en la oscuridad, y nunca pude ver qué había realmente en su mente. Sus maneras me ponían los pelos de punta.

―Sí, entiendo esa dualidad de la que hablas. Cuando estuvo aquí tuve la sensación de que…

―¿Raistlin estuvo aquí?

Asentí con la cabeza.

―Vino con su hermano. Caramon fue de trato más amable aunque sus respuestas estaban muy supeditadas a las de su hermano.

―Caramon es un buen hombre, lástima esa influencia que ejerce Raistlin sobre él.

Irguió la jarra y dio un nuevo trago a su cerveza.

―Dime, Flint, ¿tienes algún modelo a seguir fuera de tu mundo?

Bajó la jarra de cerveza y meditó su respuesta unos instantes.

―Si tuviera que pensar en alguien, sería Kullervo, de los viejos cantos del Kalevala. Un guerrero que cargaba con la tragedia y la ira, pero que también buscaba la redención a su manera. No me interesa la grandeza ni los héroes perfectos; me interesan aquellos que pelean con lo que son, y al final encuentran la paz, o lo más cercano a ello.

―Que bonita imagen acabo de crear en mi mente con vosotros dos ―Flint se sonrojó bajo su barba―. ¿Cómo te describirías en tres palabras?

―Leal. Mmm… terco y anciano ―terminó su frase con una sonrisa y golpeando su rodilla.

―¿Qué lección crees que el lector puede aprender de tu historia?

―Diría que el valor no siempre viene de la fuerza física, ni de las grandes hazañas. A veces, el valor es seguir adelante cuando estás agotado, cuando todo parece perdido. Y, sobre todo, la importancia de los lazos que forjamos. Si no hubiera tenido a mis compañeros, no habría llegado a ninguna parte, y aunque no lo admitiera en su momento, los necesitaba tanto como ellos a mí.

―Qué palabras tan emotivas. Seguramente ellos agradecerían escucharlas.

―Tonterías. Los enanos no nos dejamos llevar por esos sentimentalismos.

Rei con él mientras apuraba el contenido de la jarra.

―¿Qué animal serías?

Flint miró a su alrededor pensando concentrado hasta que respondió:

―Un carnero. Fuerte, testarudo y resistente, incluso en las montañas más duras. No me rendiría fácilmente, y siempre enfrentaría a quien me desafíe, con la cabeza en alto.

Aun estaba terminando su respuesta cuando la puerta del estudio se abrió de golpe. Tasslehoff Burrfoot, el alegre kender de las Crónicas de las Dragonlance, entró en la habitación con una sonrisa amplia y un brillo travieso en los ojos. Contuve el aliento. El kender había llegado antes de tiempo. Miré a Flint que resopló y se llevó una mano a la frente.

―¡Por las barbas de Reorx, Tas! ¿Qué demonios haces aquí? ¿No te dije que me dejaras en paz un rato?

―¡Flint! ―gritó el kender ignorando las quejas del enano y avanzando por la sala hacia él―. He encontrado una sala llena de cosas interesantes.

Tas extendió las manos y mostró un par de objetos que me resultaron familiares. Un ejemplar de mi novela Bajo amenaza desconocida, unos bocetos de algunos dibujos de esa y otros proyectos y el manuscrito de Nodo 16. Me incorporé de la mesa para caminar hacia él. Tasslehoff seguía hablando mientras daba pequeños saltitos con entusiasmo.

―Y adivina qué, Flint, ¡te guardé algo que pensé que te gustaría!

Flint suspiró y lo miró con el ceño fruncido. En sus ojos había una pizca de resignación y con una sonrisa algo avergonzada me pidió disculpas con la mirada.

―Tas, te he dicho mil veces que dejes de tomar cosas que no son tuyas. Y no quiero ninguno de esos papeles.

―Claro que quieres. Además, no me digas que no es bonito.

Extendió la mano para mostrar un extraño reloj de bolsillo.

―¡Ese reloj era de mi abuelo! ―farfulló el enano aunque sus facciones se suavizaron cuando el kender se lo entregó―. ¿Es que alguna vez dejarás de andar metiéndote en problemas, pequeño diablillo?

―¡Claro que no! Si lo hiciera, ¿quién cuidaría de ti?

―¡Bah! ―respondió Flint poniendo los ojos en blanco―. Que Reorx me dé paciencia…

Flint esperó a que terminara la entrevista a Tasslehoff y después acabamos comiendo los tres juntos. Fue una tarde inolvidable para mí, aunque para ellos puede que fuera un día corriente. Entre sus discusiones vi algo de cotidianidad, como si ambos disfrutaran con aquella situación. Agradecí a Margaret Weis y Tracy Hickman que me contaran su historia a través de las Crónicas de la Dragonlance (El retorno de los dragones, La tumba de Huma y la Reina de la Oscuridad) pues gracias a ellos pude reír mucho aquella tarde.

Gracias, mente inquieta, por visitar Intermundo.

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