El árbol hostil

Caminaba de la mano de mi pequeño curioso hasta que levantó su dedo y señaló a un árbol en medio del camino. No tenía hojas, su tronco parecía viejo y deformado. Su apariencia no era bella pero tenía algo que nos llamó la atención. Me acerqué hacia él con curiosidad y, con cautela, acaricié su tronco. Poderosas y amenazantes espinas surgían a lo largo de toda su superficie. Mirando su robusta corteza me pregunté: «¿Qué clase de peligros estará intentando evitar?» La copa del árbol era un entramado de ramas espinosas y amenazantes. Un árbol que no temía en mostrar su hostilidad hacia un mundo que parecía haberle tratado muy mal. No pude evitar detenerme y sacar el móvil. Tomé una fotografía del extraño árbol y continúe contemplando su apariencia única. Algunos paseantes me miraron extrañados mientras yo captaba la esencia de aquel tronco espinoso desprovisto de vegetación y belleza.

Puede que no pareciera hermoso, pero su fortaleza era digna de admirar. Aquella fachada hostil contaba miles de historias posibles que se entrelazaban en el presente del mismo modo que lo hacían sus retorcidas ramas en lo alto.

Mi pequeño curioso me soltó la mano y me susurró: «Mira». Su ilusión se propagó por mi cuerpo con rapidez obligándome a mirar en la dirección en la que su diminuto dedo señalaba. Una flor violeta de cinco pétalos brillantes crecía en el extremo de una de aquellas ramas. Un centro entre amarillo y anaranjado invitaba a quedarse observando la pequeña flor indefinidamente. Sonreí y devolví la mirada al tronco espinoso. Ya no parecía tan peligroso. Contemplé su apariencia hostil y percibí su esencia; un interior lo suficientemente delicado como para crear aquella preciosa flor violeta llena de vida.

De pronto, aquel árbol se volvió hermoso, se volvió único y, sobre todo, se convirtió en símbolo del secreto mejor guardado de la historia: no hay ser feo, hostil ni extraño, solo seres desconocidos dispuestos a mostrarnos su mejor faceta si nos esforzamos por mirar más allá.

Flor del árbol hostil

Mi pequeño me agarró de nuevo la mano y me sonrió con entusiasmo mientras continuamos nuestro camino ante la mirada aburrida de la gente que, ajenos a la diminuta flor, solo veían un deformado árbol hostil.

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