El camino

Las plantas se movían, mecidas por el viento, a ambos lados del camino. El sol iluminaba la pálida arena por la que debían avanzar. Una mujer, su marido y el pequeño perro que habían decidido acoger como un miembro más de su familia. El campo despertaba la ilusión del animal, que miraba a sus dueños esperando el momento perfecto para liberar su energía y comenzar a correr sin descanso en una espiral de felicidad.

La mujer sonrió consciente de los deseos de su mascota. Se agachó y retiró el enganche que unía la correa a su arnés. El animal, sintiéndose libre, ladró al viento y comenzó a correr por el camino que se abría delante de ellos. El hombre agarró la mano de su esposa, y juntos avanzaron tras las huellas de su perro. La brisa les refrescó, acompañándoles en su excursión y trayendo consigo el olor a mar característico de aquella zona.

Avanzaron algunos cientos de metros más hasta que llegaron a una recogida cala donde las olas del mar eran el único sonido que se escuchaba. Los ladridos de su perro rompieron el silencio. El animal los adelantó y se acercó al agua. Con cada ola, se refrescaba las patas y jugaba corriendo por la orilla. Aquel parecía el paseo perfecto.

De pronto, el perro se detuvo en seco. Algo había captado su atención. Algo mucho más interesante que el divertido juego en el que se encontraba inmerso. La mujer, presintiendo lo que ocurriría, intentó llamarle, pero ya era demasiado tarde.

El animal corrió tan rápido como pudo y se perdió entre la vegetación que rodeaba la cala. La pareja llamó a su perro una y otra vez pero no obtuvo respuesta. A los pocos minutos escucharon sus característicos ladridos, pero estaban muy lejos. Preocupados por si podían perderle, continuaron llamándole separándose para tratar de dar con él cuanto antes. Desconocían los peligros y animales salvajes con los que podría encontrarse. Debían ser rápidos si querían encontrarle sano y salvo.

Continuaron gritando su nombre, sin éxito. Los ladridos cada vez más lejanos les condujeron hasta unos riscos donde las olas rompían con fuerza. Algunas rocas de pequeño tamaño se despeñaron desde lo alto y cayeron al mar. El nombre de su perro se repetía en el aire, pero no había rastro de él.

Un grupo de cabras saltaron entre las rocas tratando de subir por el escarpado acantilado. A lo lejos, un perro color canela perseguía al rebaño entre ladridos. Unos ladridos que resultaron familiares para el matrimonio que, emocionado, se encaramó para continuar llamando a su peludo amigo. Los desesperados gritos de sus dueños no produjeron cambio alguno en el comportamiento del animal que ya había fijado su objetivo. Las cabras continuaban subiendo entre las rocas y el perro las seguía de cerca.

La pareja contuvo el aliento. Si el can intentaba subir aquel acantilado, lo más probable era que sufriera un resbalón desafortunado y fatal. Temerosos, sus dueños intentaron, por última vez, llamarle, pero estaban demasiado lejos como para que su mascota los escuchara.

El perro resbaló de una de las rocas. Sus dos patas traseras colgaron de la pared de piedra, mientras que con las delanteras trataba de recuperar el equilibrio. Las cabras continuaron su ascenso hasta que alcanzaron la cima. El animal, desalentado y asustado por la pérdida de equilibrio, se olvidó del rebaño. El matrimonio le llamó de nuevo aprovechando su ventaja y, con ánimo, vieron a su mascota levantar la cabeza para mirarlos. Bajó de las rocas de un salto y emprendió el camino de vuelta mientras su familia resoplaba aliviada.

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