Telenavidad a la luz de la Luna

Las calles se iluminan con luces y sonrisas. Los niños envían sus cartas mientras los adultos decoran sus casas contagiándose de la ilusión de sus pequeños. La Navidad ya está aquí y con ella, el espíritu navideño. Las familias adornan el árbol que se llenará de regalos, preparan la mesa y el menú especial dedicado a la unión familiar.
Yo sigo mirando por mi ventana mientras personas ajetreadas realizan sus compras de última hora. Un niño abraza a su abuela y se van juntos de la mano hacia un portal cercano.

Una sonrisa de nostalgia se dibuja en mi cara y una lágrima de impotencia recorre mi mejilla hasta precipitarse contra el suelo. Cubro la ventana con su pálida cortina y preparo la mesa para cenar. Esta Nochebuena cenaré sin compañía. Aun así, me resisto a perder el poco espíritu navideño que me queda después del paso de un pequeño virus. Saco de la nevera el pastel salado que siempre ha sido tradición tomar en mi familia. Coloco, junto a la fuente, unos pequeños canapés caseros, una copita de vino y enciendo una vela que ilumina el mantel de estampado navideño.

La mesa se queda grande para mi plato y entonces una idea cruza mi mente… Tomo mi teléfono móvil y marco el número de mi madre en la opción de videollamada, mientras marco, además, el teléfono de mi hermano y de mi abuelo.

El primero en descolgar la llamada es mi hermano, reunido con sus hijos y su mujer que me saludan divertidos sentados alrededor de su mesa.

–Justo íbamos a cenar ahora, ¡míranos!

Mueve la cámara hacia la mesa donde el mismo pastel que he preparado yo cubre parte del centro del mantel. Dos velas iluminan la mesa. Imitándole, enfoco hacia mi propia mesa. En ese momento, mi madre descuelga la llamada. Ella y mi padre sonríen en la pantalla.

–¡Feliz Navidad! –Gritan con entusiasmo.

–¡Feliz Navidad, familia! –Respondemos con una gran sonrisa.

–Hija, ¿tú también has preparado el pastel?

Yo asiento con una tonta sonrisa en la cara mientras mi padre trae hacia el teléfono una bandeja tapada con papel de aluminio. Al destaparlo, el tradicional pastel familiar nos llena de ilusión a todos. Coloco el móvil en el otro extremo de la mesa y, mientras el aparato sigue enfocándome, parto una pequeña porción del pastel, lo enseño a la cámara y digo con ilusión:

–A vuestra salud.

Mi hermano y su familia me imitan y mi padre, dejando el pastel en la mesa de nuevo, toma el móvil y ayuda a mi madre a partir dos porciones.

Después de nuestro particular brindis, y de un montón de felicitaciones y buenos deseos, nos despedimos. Tomo mi cena animada por la unión telemática con mi familia. Ese pastel que hay en mi plato me sabe mucho mejor que ninguna otra Navidad y me mantiene unida a mis seres queridos en la distancia. Sin embargo, la preocupación cubre mi mente como una nube de tormenta… La señal de llamada comunicando de mi abuelo sigue en la pantalla de mi teléfono.

Me dirijo a la cocina donde un plato de postre cubierto de turrón y mazapanes me espera. Miro el reloj, suspiro y vuelvo a marcar el número de mi abuelo. Pitidos intermitentes se repiten sin descanso desde el otro lado de la línea. Mi corazón late con pesar. A punto de abandonar toda esperanza por contactar con mi abuelo esta Nochebuena, el pitido se detiene y su voz desgastada resuena por los altavoces de mi móvil.

–¡Abuelo! Feliz Navidad.

–Feliz Navidad, preciosa –me responde riéndose–. Ya sabes que en esta residencia no nos dejan andar con el móvil en el comedor.

–¡Ah!

Respondo con alivio. Mi abuelo, con la mirada cansada, me pregunta:

–¿Has visto la Luna?

Retiro la pálida cortina de la ventana que cubrí antes de cenar y miro hacia el cielo. La luna, grande y luminosa, brillaba con fuerza en el cielo. Devuelvo la mirada a la pantalla. Mi abuelo esta sonriendo con la vista puesta en la ventana.

–Esta preciosa –le digo.

–Y lo mejor de todo, –me contesta sin retirar la vista de la ventana– los dos estamos mirándola. Mirando la misma Luna, en el mismo momento y desde el mismo lugar.

Su frase se desvanece mientras se coloca una mano en el lado izquierdo del pecho. Golpea con suavidad sobre su corazón y, con una sonrisa aún más amplia, añade:

–Desde el mismo lugar.

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